Black Dog se ha convertido en una de las películas chinas más comentadas de 2024 tras obtener el galardón a Mejor Película en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. La obra, dirigida por Guan Hu y coescrita con Rui Ge, traslada al espectador a un lugar remoto del noroeste de China, en pleno desierto de Gobi, con los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 como telón de fondo y una atmósfera árida y decadente que impregna todo el relato.
Con un tono sobrio, poco dado a sentimentalismos, la película explora la relación entre dos seres marginados: Lang, un exconvicto de pocas palabras, y un perro negro callejero que todos consideran peligroso. Juntos, forman una peculiar pareja a la que une la búsqueda de un sitio al que pertenecer en una sociedad cada vez más hostil con quienes no encajan en las apariencias que exige el avance del país hacia la modernidad.
Un viaje de redención en un entorno desolado
El argumento arranca con Lang regresando a su ciudad natal tras salir de la cárcel, solo para encontrar un pueblo prácticamente abandonado, en proceso de demolición y repleto de jaurías de perros callejeros. A la vez que intenta retomar su vida y evitar conflictos, acepta trabajar en la patrulla local encargada de capturar a los animales antes del evento olímpico, lo que da pie a una historia de supervivencia, redención y segundas oportunidades.
El vínculo entre Lang y el perro negro cobra rápidamente un papel central. Mientras todo el pueblo teme que el animal tenga la rabia, Lang encuentra en él un reflejo de su propia situación: ambos son rechazados, vistos como amenazas y buscan un pequeño espacio de pertenencia. La complicidad que se va gestando entre ellos les ayuda a sanar heridas y afrontar un mundo en pleno cambio.
La cinta destaca por su fotografía de gran potencia visual, entre lo realista y lo poético, obra de Weizhe Gao. Los paisajes del Gobi sirven no solo de telón de fondo, sino que refuerzan la atmósfera de western y la sensación de aislamiento y frontera. Guan Hu utiliza el ritmo pausado para aumentar la carga emocional y el magnetismo de cada plano, mientras la banda sonora mezcla la música de Breton Vivian con inesperados cortes de Pink Floyd, subrayando el carácter melancólico y rebelde del relato.
Retrato de una China en transformación
‘Black Dog’ no solo narra una fábula de amistad, sino que funciona como alegoría sobre los efectos del progreso y el desarraigo social en la China contemporánea. La inminencia de los Juegos Olímpicos proyecta al país como una nación pujante pero el guion enfatiza el contraste con las zonas rurales olvidadas y la vida de quienes no han participado del auge económico ni del optimismo nacionalista.
El film incorpora elementos del western y del thriller, pero no abandona el tono contemplativo del cine social chino. A través de la figura del exconvicto y el animal abandonado, la película traza paralelismos entre la exclusión social y los procesos de limpieza o maquillaje urbanístico impulsados por las autoridades, funcionando también como una metáfora sutil sobre las “limpiezas” sociales o étnicas y el precio de la modernización acelerada.
Otro de los puntos destacados es el cameo del director Jia Zhangke, figura fundamental del cine de autor chino, cuya presencia refuerza el diálogo generacional y artístico. La película se distancia así de otras obras de Guan Hu centradas en la épica histórica para adentrarse en un terreno más íntimo y existencial, alineado con la corriente del cine social premiado en festivales occidentales.
La interpretación de Eddie Peng resulta magnética desde la contención y el silencio, transmitiendo el dolor y la dignidad de quien ha sido apartado por la sociedad. Tanto él como el animal reflejan la dificultad de reconciliarse con el pasado y la esperanza de reencontrar un sentido vital, aunque sea en los márgenes.