Lo que muchas familias veían como una simple manía —ese perro que lo apuesta todo a su pelota y desatiende el resto— empieza a entenderse de otra forma. Investigadoras europeas han documentado que, en algunos casos, el vínculo con ciertos juguetes puede adquirir rasgos comparables a una adicción conductual.
El trabajo, liderado por equipos de Suiza y Austria y publicado en la revista Scientific Reports, aporta datos objetivos sobre una conducta descrita a menudo por cuidadores como “adicción a la pelota”. Los autores subrayan que se trata de patrones observables y medibles, no de anécdotas sueltas, y piden cautela a la hora de interpretar lo que implica para el bienestar del animal.
Qué revela el nuevo estudio

Los investigadores compararon fenómenos típicos de las adicciones conductuales humanas (ansia, falta de autocontrol, cambios de ánimo) con el comportamiento de 105 perros descritos por sus propietarios como muy motivados por los juguetes. En la muestra hubo 56 machos y 49 hembras, de 12 meses a 10 años, con razas frecuentes como Malinois, Border Collie y Labrador.
Tras una batería de observaciones y tareas, 33 perros mostraron un perfil compatible con una motivación excesiva por el juguete. En esos casos, el objeto pasó a ser la prioridad frente a comida o contacto social, y algunos animales tardaron más de 15 minutos en serenarse cuando se retiraron todos los juguetes del entorno.
Según el equipo, estos resultados subrayan los paralelismos entre la fijación por los juguetes y adicciones humanas como el juego patológico o el uso problemático de videojuegos. Incluso se apunta que los perros podrían ser la única especie no humana que exhibe esta dinámica de forma espontánea, sin inducción artificial en laboratorio.
- Algunos canes ignoran el alimento o al cuidador si el objeto está presente.
- Persisten de forma insistente en obtener el juguete cuando es inaccesible.
- Muestran frustración e impulsividad si se interrumpe el juego.
Los autores insisten en que disfrutar del juego es normal y saludable; el foco está en cuando el juguete desplaza otras necesidades básicas o interfiere con la rutina cotidiana del perro.
Cómo se evaluó la “motivación excesiva”

Antes de empezar, cada perro eligó su juguete preferido. Luego se alternaron situaciones de acceso libre con escenarios de privación controlada: el objeto fuera de alcance (en alto o en una caja sellada) o la presentación de una tarea alternativa previa al acceso.
Se midieron conductas como el tiempo de atención al objeto, los intentos por conseguirlo, la respuesta a opciones atractivas (comida e interacción social) y la capacidad de autorregulación tras retirar los juguetes. Para contextualizar, se incorporaron encuestas a cuidadores sobre la uso habitual de juguetes en casa.
La evaluación permitió distinguir a los perros que simplemente disfrutan del juego de aquellos que muestran una fijación sostenida y reiterada en distintas circunstancias, un criterio clave para hablar de paralelismos con adicciones.
Un rasgo relevante observado fue que, en los perfiles más marcados, la conducta no iba tanto de “placer al jugar” como de la necesidad de conseguir el objeto, incluso sin recompensa inmediata.
Señales de alerta y posibles riesgos

Ignorar la comida, evitar el contacto con personas o no poder relajarse tras retirar el objeto son indicadores que merecen atención. En casos extremos pueden aparecer estrés, agotamiento o lesiones por sobreuso si la actividad es muy repetitiva (por ejemplo, lanzar pelotas sin descanso).
Aun así, las especialistas consultadas recuerdan que se trata de un fenómeno poco frecuente en la población general. Datos preliminares no publicados apuntan a una prevalencia baja (en torno al 3%), y la muestra del estudio estaba sesgada hacia perros muy juguetones, por lo que no representa a todos los canes.
Importa distinguir entre un perro entusiasta y otro con un patrón que interfiere en la vida diaria. Si el objeto desplaza sistemáticamente el descanso, la alimentación o la interacción social, conviene revisar rutinas y consultar.
El propio equipo señala que hacen falta más datos para confirmar si esta motivación excesiva repercute de forma negativa y sostenida en el bienestar global del animal.
Qué dicen las expertas y cómo debería reaccionar la industria

Para la veterinaria y especialista en comportamiento Alja Mazzini (Universidad de Berna), los hallazgos invitan a repensar el diseño y la promoción de algunos juguetes, en especial los que fomentan la persecución repetitiva “sin fin”. Pide más advertencias en envases sobre pausas, variedad y uso dentro de planes de enriquecimiento equilibrados.
Mazzini y su colega Stefanie Riemer proponen apostar por juegos cooperativos y de desafío mental (tira y afloja, buscar objetos, rompecabezas de comida) frente a rutinas centradas sólo en correr tras la pelota. El objetivo: preservar el vínculo y la estimulación evitando conductas compulsivas.
Otras voces, como la psicóloga Mariana Bentosela y la veterinaria Laura Rial, insisten en las limitaciones del estudio: se trabajó con perros extremadamente motivados y muchas razas de trabajo, por lo que generalizar exige cautela. Además, con animales no humanos es más apropiado hablar de “patrones similares” que de adicción en sentido estricto.
Desde la neurociencia de las adicciones, el investigador Serge Ahmed valora el avance pero reclama evidencias de efectos adversos crónicos para considerar el cuadro como trastorno. Y Riemer apunta que podría existir un componente genético que, junto al entorno, explique por qué algunos perros son más propensos (con mención especial a terriers y pastores en varios análisis).
Recomendaciones para hogares (y con niños) donde hay juguetes favoritos

Si el apego al juguete se intensifica y empieza a alterar la rutina, es buena idea pedir cita con un veterinario especialista en etología y consultar cómo tratar la adicción a la pelota. No conviene minimizar cambios bruscos en el comportamiento lúdico.
- Supervisión y sesiones cortas: sacar el juguete para jugar un rato y guardarlo después.
- Variar actividades y recompensas: olfato, rompecabezas de comida, paseo tranquilo e interacción social.
- Introducir una fase de “enfriamiento” al terminar para bajar pulsaciones y excitación.
- Seguridad con niños: no deben quitar el juguete favorito ni jugar sin supervisión; conocer cómo enseñar a un perro a no morder es útil.
Estas pautas ayudan a que el juego siga siendo placentero y positivo para el perro y también para la familia, evitando escaladas de frustración.
Preguntas abiertas y próximas líneas de investigación
Quedan por aclarar el “cómo” y el “por qué” de esta motivación excesiva: algunas señales tempranas podrían verse ya en cachorros, y se estudia si ciertas razas de trabajo (como terriers y pastores) son más susceptibles por su selección para tareas que demandan foco y perseverancia.
Riemer explora además paralelismos con el trastorno por déficit de atención/hiperactividad en perros, que podría compartir mecanismos con estas conductas. Hacen falta estudios más amplios y en contextos diversos para determinar el impacto en el bienestar y ajustar recomendaciones.
Sin demonizar el juego ni los juguetes, este trabajo pone el acento en equilibrio, variedad y supervisión: tres claves para que la afición de un perro por su objeto favorito no cruce la línea de lo saludable ni empañe su calidad de vida.

