Les debemos mucho a los animales, sobre todo a esos que siempre están allí a nuestro lado preparados para protegernos, ayudarnos en nuestro trabajo, acompañarnos o para hacer cualquier cosa y es que los perros son el caso más emblemático para toda esta clase de actividades y es que no son llamados “el mejor amigo del hombre” por cualquier cosa.
Desde el inicio de su domesticación, el perro ha pasado a formar parte de la familia humana, gozando del mismo calor que prácticamente le corresponde a todos y cada uno de los integrantes del grupo familiar.
En algunos casos, la convivencia con los perros puede dar lugar al desarrollo de lazos afectivos fuertes por parte de los perros, lo cual genera ciertos impulsos hacia los integrantes de la familia. Uno de estos impulsos es el de proteger a los bebés, uno de los más notados por parte de las familias en muchos perros.
A pesar de ser una especie domesticada, los perros aún suelen conservar su instinto de supervivencia, así como también de la necesidad de predominar sobre un lugar en específico, por lo cual, es posible que la protección de las persona que convivan junto a él de manera frecuente se convierta en uno de los principales comportamientos observados en estos, sobre todo cuando se trata de los más pequeños.
Durante la creación de estos lazos que se generan conforme la convivencia, el perro logrará reconocer al grupo familiar como una manada, manada en la cual habitan los más fuertes y los más débiles. En tal sentido, el perro será capaz de determinar cuáles son esos integrantes que ameritan de una mayor protección y efectivamente, los perros aprenden a determinar que los bebés suelen ser los que más protección necesitan.
Cuando se trata de niños, los perros pueden llegar a aumentar este sentido de protección, ya que se encuentran en la capacidad de deducir los niveles de dependencia y proyección que puede presentar cada miembro de la familia en función del comportamiento observado de estos.
De esta manera, los perros se convierten en uno de los principales protectores de los más pequeños de la casa, lo cual puede suponer una gran ventaja, ya que existen indicadores que no son posibles de distinguir a simple vista, mientras que para el caso de los perros sí sería posible. Un ejemplo de esto podrían ser los cambios hormonales que pueden llegar a presentar algunos organismos cuando se preparan para atacar, una situación que puede ser discriminada por los sentidos del perro.
A partir de esto, son muchos los escenarios que podemos recrear en los cuales el perro podría determinar la existencia de una amenaza potencial para los bebés.
Si queremos que esto prevalezca en el tiempo, es necesario hacer uso de los reforzadores, estímulos que, de una manera u otra, logren premiar el comportamiento del perro, lo cual se realizaría con la finalidad de que este mantenga dicho repertorio de conducta.
En un sentido más práctico, vale la pena premiar los juegos que el perro llegue a tener con el bebé en algún momento y no es necesario el uso de dulces o de comidas complejas, ya que a veces basta con utilizar gestos de cariño en el perro, de tal manera que este perciba algún tipo de recompensa afectiva por parte de sus propietarios.
A pesar del lazo que se busque fomentar, es necesario no perder de vista este tipo de interacción, puesto que la curiosidad del bebé, así como también su crecimiento progresivo pueden dar lugar a ciertos tipos de interacción entre el bebé y el perro, generando una situación de confusión en la cual el perro sienta la necesidad de defenderse, razón por la cual es recomendable mantener este tipo de interacción bajo un seguimiento constante al momento de juntar a estos dos juguetones de la casa.